lunes, 16 de agosto de 2021
jueves, 29 de julio de 2021
Reseña35to.
Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami (V)
VIDA, MALDAD Y MUERTE DEL TIRANO DE UBA
Una espléndida fábula sobre el rey Ubú, patriarca y destructor de la
isla de Uba, clausuró el XXXV Festival Internacional de Teatro Hispano. El
estreno mundial de Ubú pandemia, inspirada en Ubu Roi (1896), de Alfred
Jarry, lleva la firma del dramaturgo Abel González Melo, un ingenio prolífico e
inquieto, cuyas obras ya forman parte de lo mejor del arte cubano contemporáneo.
Este escritor y teatrista, residente en España pero reconocido dentro y fuera
del país caribeño, tuvo su tercera incursión en el repertorio de Teatro Avante,
de la mano del experimentado director Mario Ernesto Sánchez, también
director del Festival. Junto a estos dos creadores, varios artistas destacados de
la urbe sur floridana integraron un equipo de alta eficacia para articular una de
las puestas en escena más deliciosas que hemos visto en español durante los
últimos años.
Foto: Julio de la Nuez
Sátira política, farsa trágica, obra picaresca, comedia a la usanza aristofánica, parábola escénica, parodia cultural y literaria, el espectáculo, presentado en el Carnival Studio Theater del Adrianne Arsht Center for the Performing Arts, emprende múltiples recorridos temáticos y referenciales. El texto en prosa y versos de distintos metros irriga diferentes niveles de complicidad que, a pesar de las evidencias de la exposición, colocan al receptor en una posición privilegiada respecto al derrotero estético de un artefacto abierto a interpretaciones trágicas, cómicas y farsescas. Tales ámbitos socioculturales e históricos trenzan un entramado neobarroco que transpira referencias globales y lecturas superiores a los márgenes de esta reseña. Baste consignar que el desempeño individual de los actores, el diseño escénico integral de Jorge Noa y Pedro Balmaseda, y las sugerencias melódicas y rítmicas de la banda sonora de Mike Porcel, fueron, no solo un excelente acompañamiento estético, conceptual y narrativo de la dramaturgia escrita, sino un enjambre de correlatos a la manera de dramaturgias espectaculares en torno a la idea del director.
Foto: Julio de la Nuez
El relato fantástico sobre el rey de Uba ‒ lugar distópico nombrado por él mismo para inflar su propio culto ‒, se sustenta en una mitología terrible: el pérfido Ubú aparece, muere y regresa a lo largo de la historia de la humanidad, de sus regímenes totalitarios o absolutos. En la obra, el tirano, que había sido asesinado, recupera su trono de sangre porque la élite dirigente necesita enfrentar las crecientes manifestaciones del pueblo maltratado, harto de aplaudir y simular felicidad. Luego, todo empeora con el avance de una pandemia mundial y misteriosa, indetenible tras las pésimas gestiones de contención.
Fotos: Julio de la Nuez
La estructura del argumento consiste en una sucesión de reuniones del tirano
con sus principales lacayos, altos funcionarios del estado. Las escenas van revelando
los mecanismos de un poder sin legitimidad ni autoridad, sustentado en ilusiones,
miedo, represión, crímenes y otras estrategias de manipulación de masas. Desde el
prólogo hasta el epílogo, se aprecia la técnica y la sensibilidad del autor que
desplegó una galería de caracteres típicos de las cavernas palaciegas. Durante el
tránsito, se agradece la comicidad, ese arte ingrato e intrincado, que, cuando
se logra, merece ponderaciones y la celebración. Ubú pandemia recaba la
rara virtud de hacer reír con situaciones inhumanas, escenas crueles, actitudes moral y éticamente deleznables, junto a una
ristra de conductas maliciosas que convierten a personajes acreedores de la
majestad del poder en parásitos, truhanes, aduladores desalmados, sicarios, delatores,
arribistas, bandoleros.
Foto: Julio de la Nuez
Rodeados de un bosquecillo de banderas de varios colores, delante una plataforma giratoria donde está el trono del rey bandido, en un escenario dominado por el color rojo, ocurren los sucesos que culminan en el encuentro mortal entre Ubú (Julio Rodríguez) y Pandemia (Yani Martín), un ente alegórico convocado por el soberbio protagonista en su afán de control social, sin advertir las consecuencias. Antes, cual figuras de una pesadilla, transitaron cerca del estrado real la Madre Ubú (Gerardo Riverón), el Coronel (Ysmercy Salomón), el Ministro del Turismo y el Jefe de la Policía (Andy Barbosa), la Directora del Banco Nacional (Danly Arango) y la Presidenta de la Liga de Médicos (Yani Martín), ejecutores de la maquinaria de un estado abusador que ignora la dignidad de las personas.
Fotos: Julio de la Nuez
Los intérpretes que materializaron las figuras de este guiñol perverso contribuyeron mucho a la arquitectura ideológica del espectáculo. Bordaron física y mentalmente sus caracteres, sugirieron sus intenciones, refractaron las motivaciones de unos seres que, según las habilidades específicas de los intérpretes, fueron más que personajes cómicos o caricaturas. Sin dudas, en medio de un magnífico elenco, destacaron los actores que construyeron dos personajes. Yani Martín ofreció una Presidenta encantadora y difícil de olvidar, pulcra, llena de matices e ironía, mientras su malévola Pandemia cierra la trama de un modo solemne, fantástico y desolador donde se confirma el triunfo del mal. Andy Barbosa deleitó con su técnica psicofísica en cualquier desplazamiento, gesto, entonación, conjurando al Ministro servil y saltimbanqui de proyección afrocubana que habla con frenillo, y al Policía autómata, típico represor habanero con acento del oriente cubano.
No obstante, sabríamos menos sobre los personajes sin el discurso sensorial de los trajes, moldes seductores en su exquisitez, hechos a la medida conceptual y funcional de actuaciones lúcidas, lúdicas. A la complejidad y belleza de esos signos, principal mérito de la puesta en escena, se unen algunos símbolos, como el jeroglífico de una espiral (alusión a un dibujo de Jarry) que, amenazante, permanece en el centro del escenario y aparece después en la ropa de la Pandemia; y la imagen recurrente de una herradura en la escenografía recuerda las patas del gran líder y, quizá, la letra C que falta en el nombre de la isla masacrada.
Foto: Julio de la Nuez
Al final, el elemento clave es el espectador, a quien le identificó la entrega de una pequeña lata de salchichas al acceder a la sala. Minutos después de empezar el espectáculo, supimos que la posesión de ese objeto nos había transformado en parte de ese pueblo maltratado, incapaz de ser un agente de cambio social en la fábula. Esta inquietante percepción espolea la función de los espectadores en la escenificación. Cabe observar qué hace el espectáculo con el público, qué hace por sí mismo, qué produce, sino contra, al menos sin el texto, a pesar del texto dramático. Una respuesta estaría en la búsqueda de complicidad que promovió la frontalidad de los actores, transformando diálogos dramáticos en “apartes”, combinando ilusionismo escénico y ruptura de la cuarta pared sin ayudar a trascender la literalidad de las palabras. A la inversa, el juego escénico, los momentos danzarios y musicales, impulsaron el disfrute visual y sonoro hacia un magnífico intertexto que multiplicó, o no, el aprovechamiento y la diversión a la medida de cada espectador. He aquí otra respuesta: Ubú pandemia provoca al espectador e inspira al ciudadano.
jueves, 22 de julio de 2021
Reseña35to. Festival Internacional de
Teatro Hispano de Miami (IV)
LOS UNIPERSONALES EN EL FESTIVAL
La segunda semana del Festival acogió dos espectáculos unipersonales que
difieren en forma y fondo, contenido y continente. De Ecuador vino Teatro de la
vuelta, con Barrio caleidoscopio, escrito, montado e interpretado por
Carlos Gallegos. Y de Uruguay llegó su tercer participante, una versión de Tom Pain (based on nothing), de
Will Eno, dirigiendo Lucio Hernández al actor Rogelio Gracia. Además, la puesta
en escena para niños Un bosque encantado subió al Key Biscayne Community
Center y al On.Stage Black Box del Miami-Dade County Auditorium, facturada
entre Colectivo animal (Colombia) y Conecta Miami Arts (EUA).
Tom pain consiste en un monólogo autoparódico y
metateatral, bien actuado y solo compuesto mediante las múltiples tensiones
entre el histrión y su público. Leído en clave dramática, suponiendo que la
figura trajeada y sin zapatos es un personaje del cual borbotea un discurso
minuciosamente despojado de sentido y relevancia, el espectáculo indicaría el
vacío moral del sujeto contemporáneo, medio enajenado, medio embrutecido a
voluntad. Leído en clave performativa, el unipersonal barrunta los oficios de
un mago de multitudes, cuyos actos de prestidigitación divierten y obnubilan al
público en circunstancias equivalentes a los espectáculos demagógicos que sostienen
las industrias de la política, las religiones o del entretenimiento.
Por su parte, Barrio caleidoscopio entró al black box del
Auditorio para recordarnos que el género escénico del unipersonal y el
monólogo, recurso y género dramáticos, pertenecen a la intrincada
dimensión del virtuosismo. El actor-mimo ronda la impecabilidad en su
ejecutoria de un hombre rutinario, pusilánime, un tonto infeliz, un soñador que
narra y describe de forma vívida sus pequeñas o mínimas aventuras sin moverse
del asiento. Bañado con luces más expositivas que ambientadoras y apoyado por
la narrativa de la banda sonora, el unipersonal tuvo una articulación recitada
y coreográfica que alcanzó varios momentos felices en las técnicas corporal y
vocal por la belleza y el simbolismo de las imágenes escénicas.
El monólogo, transido de momentos sustanciosos, poéticos, felices, guardó un efecto final que condicionó lo que se había escuchado y visto durante casi 60 minutos. Cuando el personaje, cubierto de ropa harapienta, se levanta (la única vez que lo hace), deja ver la soga que une su cuerpo al asiento forrado con una tela semejante a su vestuario. Entonces, quizá su relato lleno de obsesiones, fobias y amor fue ilusión o ensueño, recuerdo dudoso, un manojo de deseos que dejó diversas sensaciones: la frustración, el anhelo palpitante, la incapacidad, quizá la insondable libertad de los más pequeños.
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